El problema de la atención es un problema sistémico, que muchas veces planteamos erróneamente como puramente individual.
Debemos atender a este problema de manera colectiva, creando nuevas herramientas y nuevos hábitos grupales.
La atención y la memoria son esenciales para procesar la experiencia vital, la música y el arte, sin ellas no identificamos las estructuras ni las formas. Las necesitamos para estructurar nuestras vidas, mermándolas (redes sociales, estímulos, drogas…) solo conseguimos que experiencia vital sea una masa informe.
Johann Hari en su libro El valor de la atención explora la atención dividiéndola en capas:
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La primera capa de la atención es el foco. Se da cuando nos enfocamos en «acciones inmediatas», como por ejemplo: «Voy a acercarme hasta la cocina y a preparar café». ¿Quieres encontrar las gafas? ¿Quieres ver qué hay en la nevera? ¿Quieres terminar de leer este capítulo de mi libro? Lo llamamos «foco» porque implica cerrar el objetivo. Si el foco se altera por una distracción o un cambio, dejamos de ser capaces de llevar a cabo acciones a corto plazo como esas.
La segunda capa de nuestra atención es nuestra «luz de estrella». Según él, se trata de la atención que podemos aplicar a nuestras «metas a largo plazo, proyectos que se desarrollan con el tiempo». Queremos escribir un libro. Queremos montar una empresa. Queremos ser buenos padres. La llama «luz de estrella» porque cuando nos sentimos perdidos, alzamos la vista hacia las estrellas y recordamos en qué dirección avanzamos. Como dijo, si nos distraemos de la luz de las estrellas, «perdemos de vista las metas a largo plazo». Empezamos a olvidar a dónde nos dirigimos.
La tercera forma de atención es la «luz del día». Se trata de la forma de atención que nos permite saber cuáles son esas metas a largo plazo. ¿Cómo sabemos que queremos escribir un libro? ¿Cómo sabemos que queremos montar una empresa? ¿Cómo sabemos qué significa ser un buen padre? Si no somos capaces de reflexionar ni pensar con claridad, no podremos averiguar esas cosas. La llamó así porque solo cuando una escena está inundada de luz del día, vemos las cosas con mayor claridad. Si nos despistamos tanto que perdemos el sentido de la luz diurna, afirma, «en muchos sentidos es posible que ni siquiera averigüemos quiénes somos, qué queríamos hacer [o] a dónde queremos ir».
Según cree, perder la luz del día es «la forma más profunda de distracción», y es posible que empecemos incluso a mostrarnos «incoherentes».
Es entonces cuando dejamos de tener sentido para nosotros mismos porque no contamos con el espacio mental para crear una historia sobre quiénes somos. Nos obsesionamos con metas insignificantes, o nos volvemos dependientes de señales simplistas del mundo exterior, como son los retuits. Nos perdemos en una cascada de distracciones. Solo somos capaces de encontrar la luz de nuestra estrella y la luz del día si contamos con periodos sostenidos de reflexión, divagación mental y pensamiento profundo. Nuestra crisis de atención nos priva de experimentar las tres formas de concentración.
Estamos viviendo algo parecido a los ataques de denegación de servicio pero con nuestras mentes. «Nosotros somos ese servidor, y están todas esas cosas que intentan captar nuestra atención lanzando información sobre nosotros… Es algo que erosiona nuestra capacidad de reaccionar a cualquier cosa. Nos deja en un estado que o bien es de distracción, o bien de parálisis.» Nos vemos tan inundados «que llena por completo nuestro mundo, y no encontramos un sitio para tener una visión de todo y darnos cuenta de que estamos distraídos y buscar la manera de hacer algo al respecto. Es algo que puede llegar a colonizar todo nuestro mundo», comentó. Quedamos tan mermados «que no tenemos el espacio para luchar contra ello».
Existiría una cuarta forma de atención. La llamaría «luz de estadio», y es nuestra capacidad para vernos los unos a los otros, para oírnos los unos a los otros y trabajar juntos para formular metas colectivas y luchar por ellas. Veía a mi alrededor un ejemplo siniestro de lo que ocurre cuando eso se pierde.
He cambiado mi manera de reaccionar a mi propia sensación de distracción. Antes me la reprochaba a mí mismo y me decía: eres vago, no eres lo bastante bueno, ¿qué te pasa? Intentaba avergonzarme a mí mismo para concentrarme más. Pero ahora, a partir de las enseñanzas de Mihaly Csikszentmihalyi, en lugar de hacerlo así mantengo una conversación muy distinta conmigo mismo. Me pregunto: ¿qué podría hacer en este momento para entrar en un estado de flujo y acceder a mi propia capacidad mental que me permita concentrarme más profundamente? Recuerdo lo que, según me enseñó Mihaly, son los componentes principales del flujo y me digo a mí mismo: ¿qué sería significativo para mí y que pudiera hacer ahora mismo? ¿Qué está en el límite de mis capacidades? ¿Cómo puedo hacer algo ahora en este momento que encaje con esos criterios? Había aprendido que buscar el flujo es mucho más eficaz que castigarse y avergonzarse uno mismo.
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